Dime tu nombre y te daré tu ley

Munia Fernández-Jordan

Munia Fernández-Jordan


Publicat: el 12/oct/16
Opinió| Columnes

Tengo debilidad por la bandera pirata. No es que me guste el color, ni mucho menos las calaveras o los huesos. Es una cuestión sentimental: mi pasión por la novela de R.L. Stevenson 'La Isla del Tesoro' me introdujo en ese mundo de barcos fondeados en Isla Tortuga: aventuras, rutas desconocidas y bahías envueltas en bruma. Y la verdad es que para mí es la mejor.

Tengo una amiga que ha vivido en otro país donde un 25% de la población es extranjera y lo seguirá siendo aun viviendo allí toda su vida. Me cuenta que tienen la sana tradición de colgar su bandera del balcón de la casa. Es alegre aquello. Puede ser la de Canadá, la LGTBI, la de Asturias o la pirata. En un viaje a la capital sacó una foto de una ventana de un piso en el que, entre geranios, ondeaba una bandera azul al viento en cuyo centro destacaba un símbolo de Stars Wars. Está claro que cada uno tiene su patria.

Pero nos topamos con la realidad: la putrefacción a la que nos han llevado unos cuantos, (los menos) al perder por completo la razón que podían tener al adorar, cual becerro de oro, la bandera que se habían inventado. Porque resulta que en esta Cataluña nuestra no la ponen en su casa, nos la imponen en la calle.

Los Estados tienen designada la bandera que les representa. Viene fijado en la ley para que todos podamos sentirnos amparados bajo un paño común. Simboliza lo que sea, te gusta más o menos, pero es la bandera. Y así ocurre también con las Comunidades Autónomas y los pueblos, villas y cabildos de esta España nuestra. Es un código y unas reglas y si la administración quiere hacer uso de otra bandera no debería poder hacerlo.

Pero llegó la laxitud, llegó ese momento en la historia en el que el Imperium del Estado no funciona. Está echándose la siesta entre tanta crisis o IPC, o paro o vieja y nueva política o corrupción galopante que tapar. El Estado que debe amparar deja hacer y deshacer en los pequeños símbolos y comienza a tener sentido algo que jamás habías sentido: la bandera, la de verdad. La única que puedes llevar en el barco, la que distingue a tu país o tu región ante cualquiera hasta que se cambie por una ley de igual rango que la que la elevó a los cielos.

Y así un sábado por la mañana las personas salen a la calle y ven como las banderitas que no les representan están puestas. Y dicen ¿y ahora qué?

- ¿Por qué yo en mi barrio que tiene una riera que nos está matando por su hedor y por los “tigres” que suelta su agua empozada e infecta no puedo poner una pancarta de denuncia?
- ¡Psss.! Calla. Eso no lo puedes hacer que te sancionan por la Ordenanza de Publicidad... Hasta 3.000 euros, ¿eh?
- Y los de la ANC, esos tres que la noche del viernes lo han hecho y encima a lo hortera, tipo guirnalda del 4 de julio ¿Por qué lo hacen?

Pues mira, vamos a hablar claro_ porque el Ayuntamiento les deja. Porque aquí la ley es una para la ANC, los chupiguays de la desconexión 'ya, pero ya,ya, ¿eh?, ya' y otra la de los ciudadanos que tienen que pedir permiso para todo.

Vamos a hablar claro: porque a la alcaldessa le mola la estelada y le da igual que no sea la bandera de todos y le da igual porque ella manda y si quiere ver unas cuantas el fin de semana antes del 12 de octubre en 'su' ciudad pues ahí se quedan por un par de días y da igual que sepamos que fue el cojo y el otro porque les van a amparar.

¿Y entonces qué hacemos? Pues de momento y desde aquí, lo primero mandar un aviso a navegantes como en Isla Tortuga: Los habitantes de Sant Cugat deben saber que el Ayuntamiento mira para otro lado y que se ríe de ellos en su cara.

MUNIA FERNÁNDEZ-JORDAN és regidora de C's