La vuelta al patio


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Guillermo Vidal


Publicat: el 23/set/20
Opinió
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Muchos, quizás demasiados, son los comentarios, bromas, chistes, memes y similares que se han vertido con motivo de la vuelta al colegio de nuestros menores. Esta circunstancia en tiempos de Covid-19 ha dado lugar a imaginar situaciones de lo más descabellado en el patio de la escuela, situaciones seguramente en franca contradicción con las medidas sanitarias a todos aplicables, pero bastante plausibles entre menores de edad.

A nivel político eso del patio también resulta de aplicación. De hecho, en mi adolescencia citaban un tipo de patio con nombre concreto, el cual ahora no acude a mi memoria. Creo que aparecía en una obra de Cervantes, pero vete a saber. Los años no perdonan, de eso no hay duda. ¿Cómo se llamaba el diantre de patio? En fin, ya me acordaré.

El caso es que la pandemia, recordemos, empezó en el patio del Colegio Chino. Enseguida el nivel de contagios fue considerable, pero lo cierto es que poca información trascendió al exterior, más allá de que se aumentaron los niveles de disciplina, rigor y exigencia de los estudiantes chinos. El director del centro no estaba para medias tintas. Construyó rápidamente barracones, cerró la boca a todos los estudiantes (y a sus Padres) y nunca más se supo. Parece que hoy en día, los estudiantes siguen mudos, pero enfermos, lo que se dice enfermos, parece que no. Es lo que tiene ser el Director en mayúsculas...

En el patio del Colegio Italiano los hechos se desarrollaron de manera diferente. Lo del patio del Colegio Chino parecía cosas de los chinos, ya me entienden. Otra cultura, otra forma de ver la vida, un director autoritario y, para qué engañarnos, el Colegio Italiano era europeo. Allí no podían pasar esas cosas…hasta que pasaron. Las aulas del norte de la escuela (el clima, decían) recurrieron a medidas chinas (al final, parece que no eran tan diferentes los alumnos italianos de los asiáticos) y las del sur, pues como ocurre en el sur, se lo tomaron más a broma. El director del centro, como que dejaba hacer, vaya. Las aulas del Norte eran muy celosas de sus patios y las aulas del Sur también, así que cada cual dispuso de los patios como mejor le parecía. Todas formaban parte del mismo colegio, pero nadie parecía incomodarle el tema.

En el Colegio Alemán, la directora, de eficacia germana probada, también tomó sus medidas. En silencio. Sin aspavientos. Sin discutir con los alumnos. No era menos cierto que tenía patios y aulas de sobra y que, siendo modelo de orden, no llegaba al extremo chino, por lo que las medidas se tomaban con transparencia e informando al resto de colegios. Tampoco los alemanes eran tan erráticos como los italianos. Además, en el patio alemán hace frío y los alumnos no interactúan tanto como los italianos en el patio. Hubo alumnos que enfermaron, eso era inevitable, pero el control y las medidas fueron encomiadas. Patios había suficientes, pero el colegio era único y un orgullo para todos.

¿Y qué pasó en los patios del Colegio Inglés o en el Colegio Americano? En fin, mejor dejarlo…

De nuevo, mi memoria trata de acordarse del nombre del patio con reminiscencias cervantinas (¿o fue Quevedo el que hablaba de ese patio? ¿Góngora, quizás?). El tema se ha vuelto un tanto obsesivo. Propio de ejercicios para cura del Alzheimer. Cierto que un servidor no era de los mejores en clase de Literatura, pero no acordarme del patio ese me hace incluso dudar de que asistiese a clase.

Tanto da. Mejor pensar en el patio español. Allí el director del Centro tomó medidas como los chinos, pero con el retraso de los italianos. Eso sí, lo hizo con transparencia germánica y buscando el apoyo de los estudiantes progres, de los que estudiaban dos idiomas y de los estudiantes que no eran ni progres ni que estudiaban dos idiomas. Ahora bien, fundamentalmente contó con los estudiantes de bachillerato (a los de secundaria y primaria apenas los consultó) y, además, debía renovar ese apoyo cada dos semanas. En el patio español así se hacen las cosas. Los estudiantes dejaron de ir al patio, de hacer deporte y de verse entre las clases. La pandemia se controló, pero obviamente a costa de muchos sacrificios, siendo el principal de ellos dejar de jugar al futbol. Y cuando en España no se puede jugar a futbol las cosas empiezan a torcerse.

No era de extrañar, por tanto, que algunos alumnos de bachillerato empezaran a cuestionar las medidas del director. Unos más y otros menos. Adicionalmente, algunos alumnos de secundaria empezaron a decir que tampoco eran tan menores de edad y que ellas y ellos podrían tomar mejores decisiones en sus respectivas aulas de secundaria. Lo normal, decían, era que los alumnos de secundaria controlasen los patios de secundaria. Los alumnos de primaria también se quejaban, pero claro se les hacía poco caso. Y, total, estos últimos solo pedían más recursos y esto llevaban toda la vida haciéndolo.

Fuera de la escuela varios padres también se quejaban. Todo aquello del director del patio español era exagerado. Además, el director había puesto al mando a un epidemiólogo supervisado por el subdirector de la escuela, que, para colmo, era filósofo. Aquello no podía acabar bien. Las quejas brutales de algunas alumnas de secundaria se dispararon. El director era autoritario como el chino y lento como el italiano, decían. Esos alumnos de secundaria decían también que las medidas las debían adoptar ellos, que eran como los alemanes (curiosamente nadie quería ser anglosajón). Decían que, aunque fueran de secundaria, estaban plenamente capacitados para controlar la pandemia en sus patios. Además, el filósofo de marras solo hablaba de unidad, de salir todos juntos, de apoyo mutuo y nunca tenía una mala palabra para nadie (y eso en el patio español es inadmisible; si no podemos desfogarnos jugando a futbol, hay que ser más 'echao p´adelante' y con un 'par de…' bemoles).

Con la pandemia controlada, los alumnos de secundaria del Colegio Español tomaron el mando de los patios (el nombre del patio sigue sin venirme a la cabeza, hay que fastidiarse), algunos con ansia de ejercer su poder, otros porque consideraban que eran los más listos, otros a regañadientes. Empezaba el verano y qué mejor momento para volver a las costumbres estudiantiles patrias convirtiendo todo el país en un gran patio. El director del Centro se lo miraba desde la distancia. El filósofo seguía apelando a la unidad (parecía salido de los Tres Mosqueteros). El epidemiólogo se fue de vacaciones.

Y llegó septiembre al patio español. Como siempre, el virus no conocía de gobernantes. Aquellos alumnos revolucionarios de secundaria más protestones eran los que más virus habían desparramado por sus aulas. Eso sí, seguían echándole la culpa al director del centro apoyados por un sector de los alumnos de bachillerato. Cada revolucionario de salón había hecho la guerra por su cuenta y, cuanto más belicosa había sido su verborrea, peor habían sido los resultados en su patio. Algunos pedían que el director español volviese a tomar el mando único de la escuela. Pero estos alumnos querían designar al epidemiólogo y, claro, no se ponían de acuerdo. Al filósofo, eso sí, no lo querían ni ver, porque, a fin de cuentas, ¿para qué demonios sirve eso de la unidad frente a un virus?

Ha empezado el curso escolar. Mi memoria se ha recuperado. Existe el patio chino, el patio alemán, el patio italiano, etc, pero el patio español no tiene nombre. Mejor eso a llamarlo por su nombre. El nombre que usó Cervantes. El Patio de Monipodio.

GUILLERMO VIDAL és militant del PSC



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