Un día de manifestación cualquiera


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Pepe Garcia


Publicat: el 20/nov/12
Opinió
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El joven cerró tras de sí la puerta y bajó las escaleras de salida de la comisaria de policía. Se detuvo un instante, un tiempo roto, plomizo y pesado. Estaba pegado como trozos de esparadrapo sobre el cielo de la ciudad que le esperaba en la calle. Sentía un sabor agrio y seco en la boca, escupió en la acera sangre y saliva.

Comenzó a caminar y notó un dolor punzante en un costado de las costillas flotantes. El policia que le golpeó hacía 24 horas le golpeó donde más duele. Siguió caminando, se colocó bien la bufanda que llevaba anudada al cuello, formada con los colores de la senyera catalana; estaba manchada de sangre, pequeñas gotas de cuando la porra del antidisturbio le golpeó en la boca partiendole el labio superior por dentro.

Eso había sucedido en la manifestación de la tarde anterior, donde unas bandas de ultraderechistas con banderas franquistas irrumpieron de pronto por una de las calles adyacentes. Y en un instante todo fue caos, golpes, gritos, llantos... Los ultras iban armados con palos y cadenas que batían en el aire hasta dar con una víctima.

Unos minutos más tarde, por otra calle, llegaron los antidisturbios, que no quisieron distinguir entre demócratas y 'revienta-estados'. Comenzaron a cargar contra la gente. Una chica con una pancarta es golpeada por un policía y cae al suelo. El antidisturbio intenta golpearla de nuevo y la muchacha indefensa, con los ojos llenos de miedo, con la frente ensangrentada, se deja vencer ante la fuerza bruta que el agente acomete a sus golpes de porra.

El joven se detuvo un momento, cogió aire, cerró los ojos y volvió a ver y sentir nuevamente los gritos aquellos: 'LLIBERTAT, VISÇA CATALUNYA, DEMOCRACIA!'. Sonrió para sí mismo, diciendose que estar encerrado en el calabozo unas horas y llevar el cuerpo roto a golpes había valido la pena por defender aquello en lo que creia, el derecho a la vida digna, algo que en los últimos años en su país se había perdido.

Una bocanada de aire frio y congelado le cruzó la cara como si fuese una bofetada, torció sus pasos en la esquina de la calle con olor a orines de madrugadas y se alejó sin mirar atrás, dejando aquella zona de la Barcelona suburbial en el recuerdo de una tarde, un día cualquiera de la lucha diaria por perseguir un sueño.

Miró su reloj de pulsera roto a causa de los golpes. Esa mañana llegaría tarde al trabajo, se dijo, y lo más seguro es que lo despidieran. Rebuscó en los bolsillos de su pantalón desgarrado; aún le quedaban algunos euros con los que coger el tren hasta su casa, hasta su Sant Cugat.

PEPE GARCÍA és membre de CCOO



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