Fascistas hijos de la podredumbre y los despojos que dejó el regimen. Delincuentes, bravucones de poca monta, borrachines y bebedores de historias que les han contado o han oido en labios y babas de viejos chochos y seniles fascitas. Estos de ahora como aquellos que allá por 1976 todavía pululaban en un local de la calle Migdia, digo, antes Mediodía, cuando las calles de Sant Cugat todavia llevaban los nombres de quienes mandaban asesinar en nombre de Dios y la patria. Local oscuro y tétrico con el consabido bar de putas tristes y media rotas al lado de su antro, donde un farolillo rojo daba paso al bar La Cueva, donde enfermar de henchido fascismo, sífilis y gonorreas.
Valientes en grupo, cobardes en la soledad, cuando te los encontrabas en el baile de las Cañas de la calle Anselm Clave o en el Doli de Valldoreix. Allí estaban siempre a la puerta del local, de pie, rectos como estatuas pétreas de cera pasada y maloliente, en una marcialidad tonta y boba, como si tuviesen metido un palo por el culo, como el que hace guardia en un velatorio de ideas y recuerdos malignos, intentando atraer a la chiquilleria y a los adolescentes que entonces pasábamos por aquella calle camino del único gimnasio del pueblo.
Y entonces aquellos niñatos engañados por sus padres y abuelos levantaban el brazo imitando lo que habían visto en peliculas de cruces gamadas, de una epoca de horror y miedo, cuando soldados vestidos de asesinos sepultureros llegaban a las casas, sacaban a las familias de ellas, los montaban en camiones y se los llevaban a alguna cuneta o bajo la tapia de algun cementerio a fusilarlos en la noche traïdora, escondida, oscura y muerta, porque a lo mejor algún vecino había dicho que esa gente era comunista, republicano o simplemente no levantaban el brazo al paso de algun hijo de puta uniformado de entonces.
Y un día desaparecieron de aquella calle y de la parada con recuerdos de estampitas, insignias y libros sobados con olor a muertos que solían poner en la plaza de la estación los domingos por la mañana, cuando Sant Cugat todavía no había despertado. Un día se fueron, pero no muy lejos, muchos se escondieron en partidos politicos, otros decidieron hivernar como monstruos que esperan nuevamente a salir un día a la luz del sol. Aquel sol al cual cantaban en himnos patrióticos de letras pobres y poco imaginativas, letras de aprendizes y analfabetos a poetas del régimen, letras aprendidas a base de repetidas mil veces en una memez boba y tonta.
Y los hijos de los hijos, pasados cuarenta años quisieron volver a salir a las calles, a reventar actos y reuniones en una pobre e ignorante cobardía sin razón ni sentido, como zombis que les hubieran inoculado un virus, el del fanatismo de un pasado donde la violencia, el miedo, la tortura, el hambre y la miseria eran la antesala, el símbolo patrio de una raza esperemos que extinguida para siempre, a pesar de estos conatos de reverberencia fachoide que todavía algún pobre memo intenta renacer.
PEPE GARCIA és membre de CCOO
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